Boceto casual de una reflexión desesperada

Boceto casual de una reflexión desesperada

Autor: José Antonio Hita Ruiz (1º Bachillerato C)
Segundo premio de relatos categoría Bachillerato
Háyome en una disyuntiva.
Contrariado por los agravios del destino, demasiado tiempo me he complacido en reprimir mis emociones. He traicionado a mi naturaleza, atentado contra mi alma, ultrajado a mi dios. Largo tiempo hace que renuncié al instinto animal, engatusado por dulces promesas de descanso y perdón para mi mente atormentada.
¡Infamias! Sucias maquinaciones del corazón impío. Pero no hay motivos para alterarse. Realmente fue un buen discípulo.

Casi olvido las formalidades. Bienvenido a esta grotesca recepción.
Mis invitados le esperan. La malicia, la falsedad, la locura…
¿Le agradaría indagar con nosotros en el armónico desasosiego de mi existencia? Cordialmente le invito. He aquí mi historia sacrílega.

Amables recuerdos de juventud que avanzan tambaleantes sobre suspiros ahogados. Visiones burlescas de momentos mejores. ¡Ah, la pureza del infante! Al final resultó ser una ingeniosa invención. A la hora de la verdad callaron los juguetes y llovió tinta sobre los lirios. No sientan lástima literaria, me ofendería si lo hicieran.

Prosigamos con la elegía. A mi inocencia.

Y con todo, aún queda lugar e intención en el aquelarre de mi espíritu devastado que ceder a las gratas fantasías de mi especie, tales como el amor y la esperanza.
Por lo visto, grande es el espacio reservado a las mentiras. Sin embargo eso no impide la contradicción.

Ingenuo lector, ¿es que acaso no es consciente de la virulencia que llegan a tener los trastornos del corazón? He aquí mi intriga y la razón de tan indigno escrito.
Pásmese pues ante mi secreta humanidad; el que otrora se jactara de la quietud de su carácter yace ahora abatido ante las pérfidas saetas disparadas descuidadamente por una ambición oculta. Sinceras heridas que sangran con vehemencia a cada paso que me aleja a la par de mi condena y mi salvación. Así lo dicta mi razón, que no conoce de amores ni de ficción; pero, mis disculpas, me estoy repitiendo. Dulce tortura a la que he decidido someterme; sé que el silencio me castigará duramente, pero no soy quién para romper la magia de una mirada cargada de conmovedora amabilidad, por una palabra maldita e incluso homicida que tanto y tan mal se ha empleado, y que no refleja más que el ansia egoísta de apaciguar la abrumadora soledad del cobarde o el desesperado. No me sorprendería hallarme culpable de ser ambos.

Nada obtengo de hablar de ella, ay la causa de mis penalidades, pues solo en la lírica comercial hallan refugio elogios baldíos a la belleza. Mis ebrios pensamientos únicamente coinciden en el tajante corolario de no permitir que la audacia de la estupidez arruine mi frágil momento de tregua, aun si ello supone el inevitable exilio de mis sentimientos con demasiada certeza no correspondidos. La angustia y el desánimo cunden en mi voluntad subyugada. Mas si solo es por casual fortuna, un fugaz instante de cordura de este truhán de letras añejas y expresión grave; estas pocas palabras desdichadas, a ella, siempre, se las dedico.

Leave a Reply